
Eso he pensado siempre.
Pero falta un factor a analizar muy, muy importante. Es el factor competición. ¿Más que nada por la persona que fue abandonada para demostrar que ha rehecho su vida? ¿ O quizás por la persona que cortó la relación para hacer ver que ha salido ganando con la decisión que tomó?
Siempre imaginas encontrarte con esa persona en el justo momento en el que estas jodidamente radiante y fantásticamente acompañada. Aunque normalmente suele ser cuando estás hecha un auténtico despojo humano, sin maquillar y quizás con la única compañía de un humor de perros porque el día ha ido de mal en peor. Se llama ley de murphy, a mi me acompaña cada día: cuando se me cae la tostada bocabajo, cuando no llevo paragüas y llueve o cuando pensaba en faltar a clase y decido ir pero el maldito profesor falta sin poner anuncio y estás esperando tres cuartos de hora a que el canalla aparezca por la puerta.
Un Viernes coges el tren para volver a casa después de un día de narices. Sales de clase a las 9 de la noche con el único deseo de zamparte un trozo o dos de tarta de chocolate, tirarte en el sofá y ver alguna película en la que los personajes sean tan desgraciados que te hagan sentirte la dueña del universo; aunque posiblemente te quedes dormida a mitad de la película y al día siguiente tengas que volver a verla de nuevo porque no te enteraste de la mitad del embrollo.
Te sientas y sacas tu libro para leer. Un libro de terror con una portada digna de ver. Y no lo leoporque se acerque jalogüin, no... es que me gustan, señores, y no soy capaz de ver pelis de miedo, pero me envicio a esas tramas que da verdadero pánico . Mis amigas me llaman friki cada vez que lo ven, y aunque me da un poco de vergüenza, no puedo evitar seguir leyéndolos.
Te imaginabas que nadie lo aguantaría: fantasma y cabezota. O lo aguantaría una petarda que le hiciera pasar malos tragos. No creo que dos trenes pasen por tus narices y puedas montarte. Es mucha suerte encontrar otro igual si te has bajado de uno.
Yo aprendí de todo aquello, pero es cierto que también he aprendido a ver de qué pie cojea cada uno, y en cuanto se me acerca alguien sabelotodo y que alardea constantemente, pongo pies en polvorosa. Aunque esté para mojar pan y sea incluso hasta inteligente.
Quizás acabaría con una cría que creyera todas sus pamplinas, o poco agraciada o cortita de miras. Excepto la segunda, las otras dos no son valorables a simple vista. Necesito conocer a una persona bastante para saber si vende humo o realmente es interesante, y nunca supe echar edades. Y más aún cuando niñas de 18 años se visten aparentando 25. Así que lo único que podría comprobar en un momento dado era cómo de buena estaba la supuesta nueva novia o lío del susodicho. Sí, porque si una tía está buena, sé admitirlo y sé admirarlo también.
Y cuando levanté la vista allí estaba entrando él. Según mi subjetiva opinión, más feito cada día y más idiota cada segundo. Pero allí estaba, dándole besos a ella. Ambos arreglados y preparados para una gran noche. Sus piernas kilométicas, el pelo perfecto y un olor para comérsela.
Él, había ganado la guerra que yo me había montado en mi cabeza. Hizo como que no me vio, aunque seguro que fue inevitable al menos hacerlo de refilón. Imagino y veo razonable que no le diera demasiada importancia a mi presencia fantasmal en aquel vagon, hecha un autentico trapo tras 12 horas fuera de casa.
Yo, que tenía que haber ganado esta guerra absurda porque me lo merecía por lo mal que lo había pasado; que tenía que encontrármelo acompañada de un gran hombre que encontraría por casualidad y del que me enamoraría locamente. Él, que tendría que estar dándose cuenta de lo mal que hizo todo; que tendría que estar solo y cansado de la rutina.
Y era todo al revés, jodidamente al revés.
¿He dicho ya que odio la ley de Murphy?
