sábado, 27 de noviembre de 2010

Quizás


Ligeramente ebria, con olor a leña diluido con perfume, con un ligero toque empolvado; ahí estaba ella. Con la nariz y los pies ligeramente fríos, y una ligera necesidad de besos y un poco de cariño. Cogió la manta de cuadros y la extendió sobre el sofá y su ligero y menudo cuerpo, mostrando sólo su carita fría, con ojos pizpiretos, llenos de ilusiones y anhelados sueños. Su cabello caía sobre el brazo del sofá, ligeramente enredado con aroma a limpio.
Notó como él ligeramente rozaba su tobillo. El contacto de sus manos le pareció suave. Pero no notó ni las más ligeras ganas de besarlo, abrazarlo o tocarlo. En los ojos de ella no se atisbaba ni el más ligero signo de deseo.

Ciertamente, y para ser sinceros, entre ellos no existía ninguna confianza más alla del qué tal o cómo te va. Algo que quizás hubiera bastado para identificar algún interés hacia él, al menos físico.
Así, entre la ausencia de confianza pero la excesiva inocencia, lo dejó avanzar entre sus piernas. Sus manos seguían deslizándose por ella, erizando su vello y relajando su cuerpo.
Al otro lado, estaba su amiga, más que eso incluso, su hermana. Estaba esa muchachita que sí sentía algo por él, a pesar de que él dedicara la mayor parte de su tiempo a pasarlo con su novia.
Él constituía una verdadera prohibición por ambas razones, pero puedo jurar que no despertaba en ella ni el más ínfimo deseo que proviene de la tentadora prohibición.
Ante esto, comenzó a abandonarse, sin querer pero queriendo, al sueño que le producía el roce de sus cálidos dedos con su piel fría.




Se despertó de golpe. De un salto. Como esas veces que estando a punto de entrar en un sueño profundo te sobresaltas y pegas un brinco. Le sorprendió una mano avanzando donde no tenía que haber llegado nunca, según ella. Sin pensar apenas ni articular palabra, por obra y arte de un acto reflejo, sus manos abandonaron su cómoda posición para propinarle un autentico guantazo. Un señor guantazo a sus manos desvergonzadas.
Abrió los ojos y comprendió que había caído dormida en el sofa. La oscuridad invadía la habitación, pero la luz al final del pasillo le permitió ver que su amiga también había caido dormida allí mismo y casi sin querer.

Su mano, asustada, ya no quiso avanzar más. No sólo eso, no. Incluso retrocedió hasta el punto de partida, sus tobillos, y allí se quedaron quietas como si estuvieran inertes.
Uno..dos...tres...cuatro..cinco minutos pasaron hasta que ella decidió levantarse y acudir a la luz que estaba aún encendida. Apartó la manta y la abandonó en el sofá, dejándola arrebujada en la esquina ahora caliente y vacía.

Entró en la habitación, cerró la puerta y echó el pestillo. Y allí estaba ella, casi dormida, esperándola. Porque hay que tener paciencia con aquellos a quienes se ama.
Apartó los edredones y las sábanas y apagó la luz. Ella la recibió con dulzura y cariño y se abandonaron la una a la otra. "Quizás debería aceptarlo. Quizás por querer esconderlo pueda estropearlo. Quizás se canse de esperarme. Quizás no tenga sentido intentar buscar un principe que al final se convierta en sapo. Quizás ya me haya enamorado de ella".

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